PRIMER RELATO
CHARLANDO CON LA MUERTE
El
periodista —uno del cual todo el mundo se mofaba, debo decir— no paraba de
interrogar a su visita —un sombrío personaje— quien había golpeado las puertas
de su casa pasada la medianoche para solicitarle una entrevista. Ante la
impresión que le causo tan enigmática figura, le hizo pasar, le invitó a
sentarse en la sala y comenzó a lanzarle todo tipo de preguntas antes de darle
siquiera tiempo a que se sentara en el sofá —¡no podía esperar!—. La Muerte
había golpeado a su puerta y él se imaginó a sí mismo recibiendo un premio ante
la exclusiva —ni los colegas ni lectores del periódico para el cual trabajaba
volverían a burlarse de él.
La
conversación que se pudo rescatar fue la siguiente —el final de ella, en
realidad:
—Y,
dígame, ¿cuál es su verdadero nombre?
—Muerte.
—No,
no, en serio. El que le pusieron sus padres. ¿Tiene padres, verdad? ¿Todavía
viven?…
—El
único nombre que tengo es ese —le contestó sin esperar a que terminara la
pregunta—. Desconozco de dónde provengo. Sé que he estado por aquí desde mucho
antes que ustedes, pero no puedo determinar con seguridad si nací o soy eterno,
si tengo padres o si provengo de la nada.
—…
bien, bien. Pasemos a otro tema. ¿Alguna afición? ¿Un hobby? ¿Qué le gusta
hacer en su tiempo libre?
—No
existe tiempo libre en mi oficio. Y no puedo decir que lo que hago sea de mi
agrado o no. No tengo sentimientos al respecto. Existo para los demás, no para
complacerme a mí mismo.
—Eh, de
acuerdo. Por ese camino no vamos a ningún lado. ¿Qué se le dio por concederme
esta entrevista?
—El
tiempo me ha hecho curioso. Existe un impulso en mi interior que me lleva a
conocer a las personas e interactuar ocasionalmente con ellas.
—O sea,
¿le gusta observar a la gente?
—Podría
decirse.
—En
fin, ¿si tiene un pasatiempos, entonces? ¿Lo podríamos llamar así?
—Probablemente.
—
¡Ahora sí nos estamos entendiendo y conociendo! ¡Volvamos al asunto, pues!
¿Cómo me conoció?
—Por
los periódicos, por supuesto.
—
¡Hombre! ¡Que poco expresivo es usted! ¡Cuénteme más! ¿Qué lo trajo hasta aquí
(hasta mi casa)?
—La
curiosidad. Es mi motor.
— ¿Y
qué pensaba encontrar?
—Sólo a
usted.
—Pero, ¿qué
es lo que ve? ¿Por qué yo?
—Esa es
la pregunta que todos me hacen: “por qué yo”.
— ¿Y
usted qué les contesta?
—Primero
los miro fijamente; como, ahora, lo hago con usted.
— ¿Y
luego?
—Después,
trato de averiguar a qué se refieren. Nunca lo sé. Mi curiosidad no se ha visto
satisfecha por el momento.
—
¡Cuente más, cuente más que esto se está poniendo interesante!
—Nunca
sé que contestarles. Además, ellos ya deberían saber por qué estoy allí. Soy La
Muerte. Sólo eso. No tengo preguntas que responder. No las que ellos exigen.
— ¿Y
qué sucede cuando usted se los hace saber?
—Me
devuelven la mirada y se quedan esperando, igual, una respuesta.
— ¿Y
usted que cree que deberían hacer? ¿Qué es lo que espera de ellos?
—Que se
queden quietos. Para poder hacer rodar más fácilmente sus cabezas.
— ¿Quietos
cómo? ¿Así? —preguntó, por último, el periodista, al tiempo que se ponía de
pie, adoptando una posición como de estatua, y estiraba lo más que podía el
cuello.
—
¡Exacto! ¡Así! ¡Justo así! —Le respondió La Muerte a su interlocutor. Y
mientras lo decía, y sin moverse del sofá, blandió su hoz, ¡y le cortó la
cabeza!
—Todo
oscureció.
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